Esta contribución muestra cómo la pandemia de COVID-19 me obligó a reconsiderar mi trabajo de campo, llevándome a cuestionar mis planteamientos iniciales, que se debían quizás tanto a mis propias representaciones a propósito del trabajo de campo como a prejuicios científicos.

 

¿Un callejón sin salida?

A principios de 2020, mientras estoy a punto de viajar a España con el fin de recopilar datos etnográficos para mi tesis, la pandemia de Covid-19 se extiende y se empiezan a aplicar medidas de confinamiento en toda Europa. En un inicio, decido posponer mi viaje, pero con el paso de los meses tengo que aceptar la realidad: las condiciones sanitarias y las restricciones no me permitirán cruzar la frontera en muchos meses. En este contexto, no podré aplicar el método de investigación previsto.

Repensar la tesis: renuncias y prejuicios

Año y medio antes, había decidido interesarme por vlogs epilingüísticos producidos en YouTube por personas no especialistas en lingüística, que trataban de las diferencias entre variedades del español en su vida cotidiana. En esos vlogs (por ejemplo, Diferencias entre el español de México y el de España ou PALABRAS y expresiones ESPAÑOLAS vs. VENEZOLANAS), videastas de varios países latinoamericanos, que llevaban varios meses viviendo en España, comparaban su español americano con el español europeo. En un inicio, me proponía estudiar cómo esos discursos epilingüísticos ofrecían formas de reconfiguración de las jerarquías heredadas de la colonización entre las distintas variedades diatópicas del español; también quería comprobar si esos discursos se plasmaban o no en las prácticas lingüísticas cotidianas de esxs hablantes. Para ello, había decidido llevar a cabo un trabajo de campo híbrido, en el que la observación en línea se combinaría con la observación de las interacciones offline de lxs participantes con otrxs hispanohablantes en su vida cotidiana, incluyendo también entrevistas cara a cara con esas personas.

En la primavera de 2020, confinada en mi piso, me resigno a abandonar el trabajo de campo en España: tengo que reorientar mi estudio. Opto por enfocar mi investigación en los discursos epilingüísticos de lxs videastas y renuncio a compararlos con las prácticas lingüísticas cotidianas. Así, además del análisis del discurso digital y multimodal de los vlogs, decido llevar a cabo a distancia las entrevistas previstas con lxs videastas. He de enfrentarme entonces con mis propios dilemas y prejuicios sobre etnografía, los cuales se remontaban a antes de la pandemia.

De hecho, al principio de mi tesis, rechacé explícitamente la posibilidad de recoger todos mis datos en línea/a distancia por varias razones. En primer lugar, temía una falta de legitimidad: conocía a pocas personas que practicaran la etnografía en línea en nuestras disciplinas y existían pocos ejemplos de trabajos similares al mío que usaran ese tipo de método, con lo cual no me sentía realmente autorizada, en un sentido simbólico, a practicarla. Además, tenía la sensación de que muchxs de lxs investigadorxs que me rodeaban tenían ideas preconcebidas negativas sobre los estudios sociolingüísticos llevados a cabo exclusivamente en línea, que carecerían de “autenticidad” según ellxs, porque no permiten un contacto directo con personas de carne y hueso. En cuanto a las entrevistas mediadas por servicios de mensajería instantánea, me parecía que las entrevistas a distancia tendrían menos éxito precisamente a causa de la distancia física: temía que lxs participantes no confiaran en mí por no conocerme en persona y que el contenido de los intercambios fuera superficial. Esas representaciones me llevaron a considerar el trabajo de campo offline como casi obligatorio, lo que me impidió concebir tanto mi método como mi objeto de estudios de otra manera en los primeros meses.

La pandemia volvió a barajar las cartas y tuve que enfrentarme con mis prejuicios. 

Reconfigurar ideas preconcebidas

Finalmente, decido realizar una primera entrevista de prueba con una videasta, Rosario, utilizando los medios a mi alcance: uso mi propio Smartphone con WhatsApp para la llamada y el micrófono de mi ordenador para grabar la conversación. Para mi sorpresa, la conversación fluye y ambas nos sentimos enseguida en confianza, a pesar de que nuestros contactos previos tuvieron lugar exclusivamente en línea. Cabe reconocer que mi observación participante en diversas redes sociales digitales me había proporcionado una sólida base para intercambiar ideas y fomentar la conversación. Al final, la entrevista semidirigida dura una hora y cumple perfectamente con sus objetivos: aclara ciertas dudas surgidas de los vlogs y me proporciona nuevos elementos discursivos sobre las prácticas de la participante en contacto con otrxs hispanohablantes. A raíz de esa experiencia convincente, decido llevar a cabo las otras entrevistas a distancia, a través de los servicios de mensajería de aplicaciones de Smartphone dado que la situación sanitaria apenas evoluciona. Las condiciones en las que tienen lugar esas entrevistas distan mucho de ser ideales: el wifi es inestable e interrumpe las conversaciones, la calidad de la grabación es bastante mala, lo que me hace perder tiempo a la hora de transcribir. Es más, tengo que aceptar algunas condiciones impuestas por lxs participantes para no perder oportunidades de entrevistas: una de ellxs me impone el uso de la videoconferencia cuando suelo utilizar llamadas de audio, otra es interrumpida varias veces por su hija que está en casa con ella, una tercera hace la compra durante nuestra entrevista. Al final, consigo llevar a cabo once entrevistas a distancia con videastas entre marzo de 2020 y marzo de 2021, que analizaré en mi tesis de manera cruzada con sus vlogs de YouTube.

Una metodología acorde con el objeto de estudio

Retrospectivamente, me he dado cuenta de que llevar a cabo una investigación en línea que incluya entrevistas a distancia es coherente con el tipo de datos y de prácticas estudiadas. Por una parte, las personas entrevistadas en mi tesis doctoral son muy móviles: cuando hubiera viajado yo a España, varixs videastas ya hubieran regresado a su país de origen o hubieran cambiado de país de residencia. Además, lxs otrxs vivían en diversas regiones de España, como Cataluña, Castilla, Galicia, Andalucía o la Comunidad Valenciana: esto me hubiera obligado a viajar mucho, lo que no hubiera sido satisfactorio desde un punto de vista ecológico ni económico, y al final es probable que hubiera optado por... entrevistas en línea. Por otra parte, a pesar de mis esfuerzos por presentarme en línea, a varias personas les costó creer que mi estudio existiera de verdad y muchas dudaron de mis intenciones; algunas incluso habrían renunciado a conocerme en persona si se lo hubiera propuesto, por motivos de seguridad. A fin de cuentas, dado que las relaciones se entablaron gradualmente durante la fase de observación en línea, las entrevistas mediadas por aplicaciones de Smartphones aparecieron como una prolongación de nuestros intercambios en las redes sociales digitales, lo que tranquilizó a lxs participantes.

En resumidas cuentas, las entrevistas a distancia me parecen muy indicadas para un trabajo de investigación como el mío. La pandemia no fue más que un epifenómeno que me obligó a enfrentarme a la realidad concreta de mi estudio y a darme cuenta de que mis objetivos iniciales no eran realistas ni alcanzables con la metodología elegida en un primer momento. Es más, ese contexto me llevó a trascender las ideas negativas que yo misma había construido sobre la legitimidad de realizar una etnografía en línea y me obligó a recurrir a un método que sin duda no me habría atrevido a adoptar en circunstancias habituales, un método que resultó ser especialmente adecuado para mi objeto de estudio.

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